jueves, 23 de mayo de 2013

Amor. Gabriel García Márquez

Cuando Florentino Ariza la vio por primera vez, su madre lo había descubierto desde antes de que él se lo contara, porque perdió el habla y el apetito y se pasaba las noches en claro dando vueltas en la cama. Pero cuando empezó a esperar la respuesta a su primera carta, la ansiedad se le complicó con cagantinas y vómitos verdes, perdió el sentido de la orientación y sufría desmayos repentinos, y su madre se aterrorizó porque su estado no se parecía a los desórdenes del amor sino a los estragos del cólera. El padrino de Florentino Ariza, un anciano homeópata que había sido el confidente de Tránsito Ariza desde sus tiempos de amante escondida, se alarmó también a primera vista con el estado del enfermo, porque tenía el pulso tenue, la respiración arenosa y los sudores pálidos de los moribundos. Pero el examen le reveló que no tenía fiebre, ni dolor en ninguna parte, y lo único concreto que sentía era una necesidad urgente de morir. Le bastó con un interrogatorio insidioso, primero a él y después a la madre, para comprobar una vez más que los síntomas del amor son los mismos del cólera. Prescribió infusiones de flores de tilo para entretener los nervios y sugirió un cambio de aires para buscar el consuelo en la distancia, pero lo que anhelaba Florentino Ariza era todo lo contrario: gozar de su martirio.

El amor en los tiempos del cólera.


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lunes, 10 de octubre de 2011

Domingo-

Cada domingo se repite sin alteraciones como cada semana, nada de más, nada que le sobre, una mínima variación de intensidad a lo sumo que matiza el devenir de los meses. La misma resaca, el maquillaje corrido de la noche anterior, las persianas bajas del cuarto inmutables, y esa angustia que golpea todas las extremidades del cuerpo, recordando que al otro día comienza la rutina agobiante y monótona; como todas las semanas. 
Pero a esa angustia se le suma el componente esencial del domingo, que lo caracteriza por ser lo que es, el último día de la semana, día de balances y punto de partida, día donde necesariamente vemos dónde y cómo estamos parados para seguir, y la nostalgia de lo que falta se impone inevitablemente.
El recuerdo, más vivo que nunca los domingos, de eso que tuve, que fue mío y parte de mí, se deshace y se escurre entre los dedos como arena, cayendo, cayendo, cayendo...


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domingo, 29 de mayo de 2011

- Esto no es una Despedida -

Nos dijimos adios, con las palabras equivocadas.
Hablando del rumbo incierto de nuestros caminos,
hablando de los deseos no tan reprimidos,
hablando del presente, mintiéndonos con elegancia.

Esta despedida que huele a dejavu, entre vidas pasadas,
turbulentos sueños recurrentes, o las mismas vivencias con otras caras,
duele igual que la primera vez, duele igual que todas las veces,
duele traducir las frases implícitas, duele comprender lo que revela tu mirada.

"Andábamos sin buscarnos", pero nos cruzamos por equivocación,
yo sabía que andaba para encontrarte, vos andabas para esconderte,
no de mí, no de alguien, de la realidad que se convirtió en camino,
cuando descubriste que para afrontarla hace falta más que espíritu.

Y tu encrucijada se convirtió en un tinte más para mi laberinto,
aquel que transito despierta o en sueños, buscando estrategias para salir,
o recorriéndolo irracionalmente, para no ser conciente del tiempo
que roba cada esquina, cada encrucijada, cada camino cerrado.



Escher


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lunes, 23 de mayo de 2011

- Dirigía un mudo reproche al destino que no acertaba a juntar las soledades gemelas -

La -vida- podría definirse como un constante fluir de almas, en un océano eterno; historias, momentos, sonrisas, vergüenza, amor, tristeza, felicidad inmensa, nostalgia, juegos, anécdotas, elecciones, obligaciones... Experiencias compartidas, un cruce de caminos dentro de ese fluir, dan forma a la vida. Y en ésta se ha dado, que algunas almas se eligen, o tal vez no tanto; permanecen compañeras en ese camino por un tiempo más prolongado.
Una serie de coincidencias, que luego dan lugar a coincidencias artificiales, y mientras esas experiencias alimentan, reorientan, modifican un alma, lo hacen del mismo modo con las demás que caminan junto a ella.
Y a partir de allí, será la infinita fabricación de coincidencias, o ya la natural elección de las originales almas que dejaron de ser aquellas, para transformarse en un mismo sentido, en este vuelo impredecible y encantado.
Ocurre con el devenir, que aquellas almas al poseer identidades tan similares, y por recorrer ese fluir permanentemente unidas, ya no pueden separarse; son como -una misma-. Los límites son muy difusos, y las diferencias nebulosas. Tampoco recuerdan cómo era ese recorrido que antes hacían por su cuenta; el presente es sólo ese fluir inmersas en una unidad inexplicable.
Si una de ellas abandona el viaje, las otras estarán destinadas a perder el rumbo, el sentido, su propio ser... ya que sólo -son-, por ser parte de algo más; eso las define y les da identidad.
Después, sólo esperaría ese profundo océano caótico, donde todas las almas desorientadas continúan fluyendo, pero ahora más incompletas, porque una parte de ellas fue arrebatada.

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- Estado de Anomia Mental -

Ya no hay polo de atracción que organice mis ideas.
Mis pasiones desmesuradas corren sin frenos por mi mente, pero se agobian ante la imposibilidad de existir fuera de ella.
Tantas cosas, tantas personas, tantos momentos...
No son más que imágenes, fotos estáticas y frías, una escena teatral, donde los actores impersonales usan la máscara de la tragedia.
Mi alma, un simple astro brillando por una luz que regala su reflejo.
Un beso doloroso me atormenta, ya en otros labios.
Y buscando sanar esta locura, este vacío, probando cuerpos sin corazón, ojos sin mirada, personas sin nombre, no encuentro más que infinitas esencias inalcanzables...

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-La felicidad ha muerto-

"Todos los hombres buscan la felicidad", todos lo hacen como si fuera un objeto aprehensible, adquirible, un sentimiento pleno y perfecto, sencillamente cosificado.

La felicidad es ilusión, un concepto abstracto, construido para representar una idea sin referente. Un momento eterno de placer sin perturbación alguna.
De ser eterno este momento, la felicidad debería al menos ser parte de toda una vida; sin embargo, al pasar toda la vida buscándola, no tenemos forma de conseguirla.
Nuestra existencia está siempre salpicada de momentos fugaces, que parecen desprenderse de esta idea de felicidad; pero luego se extinguen, se apagan abruptamente, para pasar a ser sólo vagos recuerdos. Y es así como estas imágenes lejanas se convierten en los íconos de la felicidad, ese sentimiento que creíamos infinito. Pero los recuerdos alimentan nuetra mente, sin saciar el espíritu, inmerso siempre en la misma búsqueda inalcanzable. Leer Mas......

sábado, 26 de marzo de 2011

En el Fondo del Pozo. (Crónica del Pájaro que da cuerda al Mundo) H. Murakami

Cuando bajo a la negrura del pozo por la escalera de hierro fijada a la pared, busco a tientas el bate de béisbol que siempre dejo apoyado en ella. Es el bate que, casi inconscientemente, le arrebaté al hombre con el estuche de guitarra. Asir ese bate viejo lleno de ralladuras en la oscuridad del fondo del pozo me tranquiliza de una manera extraña. También me ayuda a concentrarme. Por eso lo tengo siempre en el fondo del pozo. Porque bajar y subir cada vez con el bate es una molestia.

Busco el bate, aguanto el mango con ambas manos y lo sujeto como un jugador de béisbol dispuesto a batear. Compruebo si esmi bate, el bate de siempre. Luego compruebo, fijándome en todos los detalles, que nada haya cambiado en la oscuridad impenetrable. Aguzo el oído, hincho de aire los pulmones, tanteo el estado de la tierra con la suela del zapato, golpeo suavemente con la punta del bate la pared para comprobar su dureza. Pero todo eso no es más que un ritual para tranquilizarme. El fondo del pozo se parece mucho al fondo de los grandes abismos marinos. Allí todo permanece inmutable, conserva su forma original, como comprimido por la presión del agua. No es que nada cambie, depende del día.

Arriba flota la luz, recortada, redonda. Es el cielo del atardecer. Mirándolo, pienso en el mundo a esa hora del atardecer del mes de octubre. Allí debe de haber una vida congente. Bajo esa luz tenue, la gente camina por las calles, hace compras, prepara la comida, se dirige a su casa en tren. Y piensan que es algo tan natural que no merece siquiera ser pensado. O ni siquiera lo piensan. Como hacía yo antes. Ellos poseen esa identidad imprecisa de quienes pueden denominarse «gente». Yo era uno de ellos, sin nombre. Bajo esa luz, la gente acepta a la gente, la gente es aceptada por la gente. Allí hay, sin duda, una especie de intimidad envuelta en luz, quizá duradera, quizá transitoria. Yo ya no me incluyo entre ellos. Pues están en la superficie de la tierra y yo estoy en el fondo de un pozo profundo. Ellos tienen luz, yo estoy a punto de perderla. A veces pienso que ya no podré volver jamás a ese mundo. Tal vez nunca vuelva a sentir el sosiego de estar envuelto en luz. Tal vez nunca pueda volver a abrazar el cuerpo blando del gato. Cuando pienso estas cosas, siento un dolor sordo, como si algo me oprimiera el pecho.

Pero mientras trazo círculos sobre el suelo blando con la suela de goma de la zapatilla de tenis, la escena de la superficie de la tierra se va alejando de mí. La sensación de realidad se debilita poco a poco y, en su lugar, empieza a envolverme la intimidad del pozo. El fondo del pozo es cálido, silencioso, la ternura de la tierra profunda apacigua mi piel. El dolor que hay en mi pecho va extinguiéndose como se extinguen las ondas en la superficie del agua. Ese lugar me acoge y yo acojo ese lugar. Aprieto el mango del bate. Cierro los ojos, los abro de nuevo, miro hacia lo alto (...).


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