domingo, 2 de enero de 2011

Lo nuevo y la tradición

Última campanada de las 12, el primer día del 2011... sí, campanada. Aunque suene anacrónico, en ciertos rincones de la modernidad lograron sobrevivir al torbellino tecnológico algunos relojes con campana, de madera, números romanos, a cuerda; uno de esos lugares es la casa de mis abuelos maternos, donde las imprevisibilidades de la vida quisieron que empezáramos el año. Algo fuera de lo común, complementando el tono extra-cotidiano de las festividades, hacía mucho más de una década que no elegíamos esa casa (todavía creíamos en el Barbudo de CocaCola, y no faltaba nadie en la familia). Los años supieron robarse algunas caras especiales, y algunas ilusiones, otras se fueron perdiendo solas.

La razón no casual por la que volvimos allí: la mala salud de mi abuela, que hace meses le impide levantarse de la cama (aunque ella tal vez no lo haya notado), y sin más familiares que nosotros cuatro (somos de la gloriosa familia "tipo") con el propósito de quitarle el matiz de -festividad- que otorga la reunión de personas a la -festividad-, envueltos en un oxímoron práctico y teórico, evitando que mi abuela se sintiera excluida de algún tipo de "fiesta" organizada en honor a la "festividad", negándonos a celebrar, pero cumpliendo con los ritos básicos de la ocasión (claro está, excluyendo la parte de -reunión-). Cuando le alcanzamos la cena en la cama a mi abuela, que sumida en la programación especial de GranHermano2011 casi no notó nuestra presencia, se negó a comer, pensando que para nosotros cuatro y los veinte muchachos que tan lindos posaban a una corta distancia, no iba a alcanzar la comida. A la hora del brindis (algunas horas antes de la hora señalada como la oficial), tuvimos que llevar a cabo una improvisación digna de Darín para pilotear el hecho de que "estando en Italia" la mitad de los familiares no hubiesen querido acercarse a compartir la copa con ella, celebrando todos juntos las Pascuas (sí, era la modesta ciudad argenta de Mar del Plata, y como dije antes, año nuevo), aseverando una serie de excusas lo más creíbles posible y adecuadas a cada uno de los casos puntuales que habían merecido reclamos.

Y así fue como luego de esta sucesión de ficciones, discusiones y resignación, las famosas campanadas nos hicieron notar que el nuevo año llegaba, recibiéndolo con una casual sonrisa fingida, y un champagne recién descorchado, depositando las pocas esperanzas a mano, no en el devenir del año, sino en aquella botella, esperando que el líquido dorado arrastrara con su paso las amarguras que el año viejo dejaba.



Leer Mas......