sábado, 26 de marzo de 2011

En el Fondo del Pozo. (Crónica del Pájaro que da cuerda al Mundo) H. Murakami

Cuando bajo a la negrura del pozo por la escalera de hierro fijada a la pared, busco a tientas el bate de béisbol que siempre dejo apoyado en ella. Es el bate que, casi inconscientemente, le arrebaté al hombre con el estuche de guitarra. Asir ese bate viejo lleno de ralladuras en la oscuridad del fondo del pozo me tranquiliza de una manera extraña. También me ayuda a concentrarme. Por eso lo tengo siempre en el fondo del pozo. Porque bajar y subir cada vez con el bate es una molestia.

Busco el bate, aguanto el mango con ambas manos y lo sujeto como un jugador de béisbol dispuesto a batear. Compruebo si esmi bate, el bate de siempre. Luego compruebo, fijándome en todos los detalles, que nada haya cambiado en la oscuridad impenetrable. Aguzo el oído, hincho de aire los pulmones, tanteo el estado de la tierra con la suela del zapato, golpeo suavemente con la punta del bate la pared para comprobar su dureza. Pero todo eso no es más que un ritual para tranquilizarme. El fondo del pozo se parece mucho al fondo de los grandes abismos marinos. Allí todo permanece inmutable, conserva su forma original, como comprimido por la presión del agua. No es que nada cambie, depende del día.

Arriba flota la luz, recortada, redonda. Es el cielo del atardecer. Mirándolo, pienso en el mundo a esa hora del atardecer del mes de octubre. Allí debe de haber una vida congente. Bajo esa luz tenue, la gente camina por las calles, hace compras, prepara la comida, se dirige a su casa en tren. Y piensan que es algo tan natural que no merece siquiera ser pensado. O ni siquiera lo piensan. Como hacía yo antes. Ellos poseen esa identidad imprecisa de quienes pueden denominarse «gente». Yo era uno de ellos, sin nombre. Bajo esa luz, la gente acepta a la gente, la gente es aceptada por la gente. Allí hay, sin duda, una especie de intimidad envuelta en luz, quizá duradera, quizá transitoria. Yo ya no me incluyo entre ellos. Pues están en la superficie de la tierra y yo estoy en el fondo de un pozo profundo. Ellos tienen luz, yo estoy a punto de perderla. A veces pienso que ya no podré volver jamás a ese mundo. Tal vez nunca vuelva a sentir el sosiego de estar envuelto en luz. Tal vez nunca pueda volver a abrazar el cuerpo blando del gato. Cuando pienso estas cosas, siento un dolor sordo, como si algo me oprimiera el pecho.

Pero mientras trazo círculos sobre el suelo blando con la suela de goma de la zapatilla de tenis, la escena de la superficie de la tierra se va alejando de mí. La sensación de realidad se debilita poco a poco y, en su lugar, empieza a envolverme la intimidad del pozo. El fondo del pozo es cálido, silencioso, la ternura de la tierra profunda apacigua mi piel. El dolor que hay en mi pecho va extinguiéndose como se extinguen las ondas en la superficie del agua. Ese lugar me acoge y yo acojo ese lugar. Aprieto el mango del bate. Cierro los ojos, los abro de nuevo, miro hacia lo alto (...).


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