lunes, 23 de mayo de 2011

- Dirigía un mudo reproche al destino que no acertaba a juntar las soledades gemelas -

La -vida- podría definirse como un constante fluir de almas, en un océano eterno; historias, momentos, sonrisas, vergüenza, amor, tristeza, felicidad inmensa, nostalgia, juegos, anécdotas, elecciones, obligaciones... Experiencias compartidas, un cruce de caminos dentro de ese fluir, dan forma a la vida. Y en ésta se ha dado, que algunas almas se eligen, o tal vez no tanto; permanecen compañeras en ese camino por un tiempo más prolongado.
Una serie de coincidencias, que luego dan lugar a coincidencias artificiales, y mientras esas experiencias alimentan, reorientan, modifican un alma, lo hacen del mismo modo con las demás que caminan junto a ella.
Y a partir de allí, será la infinita fabricación de coincidencias, o ya la natural elección de las originales almas que dejaron de ser aquellas, para transformarse en un mismo sentido, en este vuelo impredecible y encantado.
Ocurre con el devenir, que aquellas almas al poseer identidades tan similares, y por recorrer ese fluir permanentemente unidas, ya no pueden separarse; son como -una misma-. Los límites son muy difusos, y las diferencias nebulosas. Tampoco recuerdan cómo era ese recorrido que antes hacían por su cuenta; el presente es sólo ese fluir inmersas en una unidad inexplicable.
Si una de ellas abandona el viaje, las otras estarán destinadas a perder el rumbo, el sentido, su propio ser... ya que sólo -son-, por ser parte de algo más; eso las define y les da identidad.
Después, sólo esperaría ese profundo océano caótico, donde todas las almas desorientadas continúan fluyendo, pero ahora más incompletas, porque una parte de ellas fue arrebatada.

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