lunes, 8 de noviembre de 2010

Escena Barroca

Miré a mi alrededor, y sólo podía preguntarme qué hacer con mi vida. En medio de ese caos, ni el espacio ni mi futuro parecían tener sentido. Una existencia aislada de la coherencia universal, siguiendo una senda autónoma, rebelada contra lo convencional, pero también con el equilibrio.
El contexto podía describirse como barroco, una saturación de objetos, imágenes, caras, prendas, muebles, libros, apuntes, vasos y botellas ya sin contenido… el frío sonido del silencio había sido momentáneamente reemplazado por un repicar constante de gotas en las tejas, clásica lluvia de primavera. Sin embargo, ni el paisaje repleto ni la normalidad de primavera constituían una armoniosa obra alegre, todo lo contrario… la saturación no anulaba la sensación de vacío infinito, y la primavera se ocultaba tras la oscuridad y la lluvia nocturna, resistiéndose a dar su toque de color al mundo.
Un tenue velador dibujaba cada rincón del cuarto de acuerdo a su caprichosa distribución de sombras. La perspectiva era sombría sin importar el ángulo; ser consciente de la esencia artificial de aquella lámpara, provoca inclinarse a abandonar las últimas esperanzas de autenticidad primaveral.
Y es que de allí en más, todo sería así. La artificialidad recubre todo, lo encierra, lo transforma, lo suplanta. Ocupa de tal forma el lugar de las cosas que SON, que lo artificial no se pone en duda, su impecable disfraz triunfa, a pesar de que todos sentimos que algo falta, sin saber qué. La felicidad encerrada en una pastilla, ocultando la tristeza pero sin ser felicidad; las personas que se chocan con nuestra existencia por la accidentalidad de su ruta, configurada en un tablero donde juegan estratégicamente, movidos por la mano individualista de lo efímero, tan artificiales como las fichas de un ajedrez clásico, frías y huecas figuras moldeadas en serie. Y la artificialidad ha alcanzado hasta a los deseos, encausados por objetivos impuestos, coherentes con una moralidad olvidada, cuyos creadores y ejecutores fueron esfumados con el tiempo.
Sin embargo, me resistí a ahogarme en este cuadro, esperando las próximas pinceladas…


“Dirigía un mudo reproche al destino q no acertaba a juntar las soledades gemelas…”
 L. Marechal.






 
 

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